Han transcurrido ya diez años desde aquel 8 de octubre en que Zaragoza dio el banderazo de salida a las manifestaciones que la lucha contra un Plan Hidrológico Nacional excedentario de testosterona y deficitario en democracia, llevaría también a Madrid, Barcelona, Bruselas, Valencia –y sólo cito las movilizaciones más divulgadas- para expresar en una riada de pancartas la necesidad de conservar los ríos en armonía con la madre naturaleza.
Una década después, con otro partido político en la Moncloa, cabe preguntarse qué hemos avanzado, qué relación mantenemos con nuestros ríos, qué esperamos de ellos, cuánto hemos aprendido. En suma, qué ha cambiado desde aquel 2000 hasta ahora. Personalmente, aun esforzándome por mirar el contenido de mi media botella, creo que se ha ganado más en las formas que en el fondo, lo cual me parece peligroso, pues el espejismo de tranquilidad de no escuchar ni leer el descaro de la palabra trasvase, es una cortina que oculta –sutil, pero efectivamente- las problemáticas que continúan manteniendo en pie de guerra a los afectados por grandes embalses –realizados o proyectados- y sigue hurtando a la sociedad realidades económicas, emocionales y culturales inherentes a los ríos.
Vamos con el agua a cuestas, unos contra otros, los que son más contra los que son menos. Seguimos despilfarrando esfuerzo humano, con nuevas generaciones –los unos- que oyen el mismo discurso de la sed y también con nuevas generaciones –los otros- que nacen con el alma encallecida de saberse diana de la flecha donde se insiste en crear o aumentar bienestar para quienes siempre han estado en el platillo de los derechos.
¿Cuándo llegará el momento en que el agua no nos impida ver los ríos?
Mª. Victoria Trigo Bello
Escritora y activista en defensa de la naturaleza
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