Fue bueno tener a alguien que no bajara la cabeza ni la voz al pronunciar libertad. Fue bueno familiarizarnos con un vocablo proscrito, devolverle cada uno en su ámbito, el espacio y el empaque robados. Y ahora será bueno -bueno y urgente-, que el eco de ese grito continúe y se refuerce, añadiendo nuevos miembros, generaciones de relevo que hereden el paisaje y el alma, pero también expulsando intrusos, topos que horadan la médula de las luchas y conquistas sociales y envenenan la dignidad de los pueblos.
Que ponga libertad. Que la ponga y la vivamos. Que la ponga y la peleemos cada día, porque no hay libertad regalada, ni cima en el llano y no dejará el enemigo de cambiar de disfraz para continuar en su empeño en doblegar la rebeldía de los torrentes y la firmeza de los puños en alto.
Que ponga libertad en la partitura de cada guitarra, que sean fusta sus cuerdas, como lo fueron las canciones de Labordeta, canciones algunas que cuando él las interpretaba, parecían dictadas por cualquier aragonés anónimo henchido de la sabiduría de llamar a las cosas por su nombre. Que ponga libertad en cada río, en cada montaña, en cada viento. Que la ponga en cada niebla, en cada parada de autobús, en cada escuela.
Que ponga libertad en la tierra, en las flores y en el llanto de quien la ama. Que ponga libertad con mayúsculas de fiesta que sirvan también para diario. Y quien no lo entienda, que se vaya al lugar a donde ha de ir quien atropella, abusa y engaña. Luego, la historia se ocupará de tirar de la cadena para que recordemos que las rosas, a pesar de las espinas, nunca perderán su olor a esperanza.
Mª. Victoria Trigo Bello
Escritora y activista en defensa de la naturaleza
Que ponga libertad. Que la ponga y la vivamos. Que la ponga y la peleemos cada día, porque no hay libertad regalada, ni cima en el llano y no dejará el enemigo de cambiar de disfraz para continuar en su empeño en doblegar la rebeldía de los torrentes y la firmeza de los puños en alto.
Que ponga libertad en la partitura de cada guitarra, que sean fusta sus cuerdas, como lo fueron las canciones de Labordeta, canciones algunas que cuando él las interpretaba, parecían dictadas por cualquier aragonés anónimo henchido de la sabiduría de llamar a las cosas por su nombre. Que ponga libertad en cada río, en cada montaña, en cada viento. Que la ponga en cada niebla, en cada parada de autobús, en cada escuela.
Que ponga libertad en la tierra, en las flores y en el llanto de quien la ama. Que ponga libertad con mayúsculas de fiesta que sirvan también para diario. Y quien no lo entienda, que se vaya al lugar a donde ha de ir quien atropella, abusa y engaña. Luego, la historia se ocupará de tirar de la cadena para que recordemos que las rosas, a pesar de las espinas, nunca perderán su olor a esperanza.
Mª. Victoria Trigo Bello
Escritora y activista en defensa de la naturaleza
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